Mi Historia

Su manifestación

En enero de 2015, me enfermé de forma repentina de lo que parecía gripe, eso rápidamente avanzó y se tornó como una especie de bronquitis (sólo por lo que sentía). Me costaba respirar, tenía mucha congestión nasal, tos (sin expectorar), dolor en el pecho, agitación, y de forma intermitente perdía la voz, me ponía afónica, me sentía muy cansada, débil, tenía mucha pesadez, presentaba náuseas, desvanecimiento y se me bajaba la tensión.

Dado que el principal problema era respiratorio, acudí al neumonólogo. Se descartó la bronquitis, y enfermedad pulmonar, se atendió la afección respiratoria y, con tratamiento y reposo, al cabo de un tiempo, no muy breve, ni muy largo, mejoré.

En el 2016, para la misma época, se repite el cuadro, pero esta vez, todos los síntomas eran mucho más fuerte, y se sumaban otros, sangraba por la nariz, sudoración nocturna (despertaba sudada), mucho dolor en el cuerpo, me cansaba al comer, al hablar, con poco esfuerzo me cansaba en exceso, tenía mucha dificultad para respirar, no lo podía hacer por la nariz, me costaba hacerlo por la boca, de momento sentía que me faltaba el aire y me asfixiaba, como si se tratara de ataques de asma, empeoraba rápidamente, tenía problemas con el sueño, sentía una gran debilidad, me costaba hasta lavarme los dientes, pues levantar el brazo me causaba dolor y, mantenerlo levantado implicaba hacer un gran esfuerzo, mantenerme de pie ya lo era, bañarme me significaba un gran desgaste físico. Esto me llevo nuevamente con la neumonólogo, quien a su vez, me refirió con el otorrinolaringologo. Al poco tiempo, dado que día a día me sentía peor, aún con tratamiento, y los problemas respiratorios se intensificaron, tras una seria crisis respitarotia y debilidad absoluta, ameritó estar internada en la clínica por varios días, bajo la revisión y cuidado de un internista y un cardiólogo, además de los dos especialestas anteriores; todos me evaluaron, se me practicaron diversos estudios, placas, exámenes de sangre, me tomaban la tensión a diario, monitoreaban los problemas bronquiales, recibía tratamiento intravenoso de analgésicos, antibióticos, complejos vitamínicos, me hacían nebulizaciones, tomaba jarabe para la tos, etc, y aún así no se notaba mucha mejoría. Los exámenes todos salieron bien, excepto el de los componentes alérgicos que se mostraban muy elevados.

El cardiólogo me encontró perfectamente; la internista dijo no notar nada particular, excepto algún valor alto o bajo sin ninguna relevancia, así que solo trató de combatir un poco la debilidad con vitaminas y otros medicamentos que pretendían mejorar las defensas; el otorrinolaringologo dijo que internamente tenía la nariz muy pequeña y cualquier proceso gripal o alérgico que provocara congestión nasal me impedía respirar, tenía la nariz super irritada (lo que me hacía sangrar), y las vías respiratorias superiores muy inflamadas, estuvo a punto de infiltrarme los cornetes (afortunadamente no llegamos a eso), en conclusión, de parte suya, no había nada que no se hubiera podido disipar con el tratamiento que había recibido, así que recomendaba me fuera a la Capital a tratar con un alergologo; y la neumonologo que era mi médico de cabecera, me medicó con todo lo que pudo. Lamentablemente los resultados no fueron los esperados. Apenas logró que pudiera salir de la cama, pues para el tiempo de reclusión (hospitalización) me trasladaban en silla de ruedas, por la debilidad que presentaba, y lo mucho que me cansaba con poco esfuerzo; se inclinó igualmente a considerar que se trataba de un problema alérgico, pues le llamaba la atención la forma cíclica en que se presentaban los síntomas, me indicó reposo, tratamiento y, cambiar de ambiente, recomendando playa o montaña.

La recuperación fue lenta, debí hacerme tantas nebulizaciones que me salía humo al hablar, tuve que usar por un largo tiempo inhaladores. En efecto, tan pronto pude, me fui a una zona de playa, lo que en efecto me sentó bien; al cabo de un tiempo (nada corto) mejoré, y luego poco a poco retomaba mi vida cotidiana, con algunos altibajos y muchas precauciones.

Para el 2017, pasó enero sin que me enfermara, todo parecía ir bien, pero a principios de marzo, comencé a enfermar nuevamente, mucha gripe, y los malestares propios de ésta, frecuentes dolores de cabeza, me dolía todo el cuerpo, malestar general, problemas del sueño, problemas respiratorios, la debilidad y cansancio era una constante, se me empezó a caer el cabello, náuseas, bajas de tensión, pero otras veces aunque presentaba los síntomas de esto, la tensión resultaba estar normal. Los síntomas iban y venían. Me sentía mal a menudo, comenzaba a cansarme de estar siempre enferma.

Para junio, me sentía mejor. Recibí la invitación a la boda de una amiga muy cercana. Era en otra ciudad, a unas dos horas de donde yo vivía, quería ir para acompañarla y celebrar con ella, pero también para olvidarme un rato de tantos malestares, de lo mal que la venía pasando, pero me preocupaba el trajín de la ida y venida, sería dentro de poco tiempo, así que implicaba hacer espacio en la agenda de mi esposo, quien estaba un poco complicado de tiempo por esos días; debía cuadrar todo para poder disponer de un fin de semana fuera de casa, deberíamos salir un sábado después de medio día, llegar directo a comer, chequearnos en el hotel a las 3:00 pm, descansar muy poco, arreglarnos para la ocasión y, estar a las 5:00 pm en el sitio acordado para la celebración. Sería una boda civil (es decir, no sería eclesiástica, ni muy formal), seguida de la recepción. Tendríamos que retornar a casa, al día siguiente a medio día. Me parecía mucho, sentía que iba a estar físicamente muy exigida para mi “condición habitual”, con los frecuentes bajones de salud, por lo que temía que luego de venir teniendo unos días de estar “bien”, me resultara contraproducente. Sin embargo, luego lo vi como una oportunidad de animarme, obligarme a hacer algo diferente, debía lucir bien, por lo que un extra de maquillaje disimularía mis ojeras que, con enfermarme una y otra vez, se hacían más intensas; me encantan las fiestas y arreglarme bien, eso me subiría el ánimo, me reencontraría con la familia de mi amiga, que es gente por quien guardo un aprecio muy especial y hacía mucho tiempo que no los veía. Además, sería de provecho para mi esposo y para mí que saliéramos de la rutina, y principalmente olvidarme o, más bien olvidarnos, de que siempre estaba enferma, y hacer que él me viera como solía ser, y que hacía un tiempo que de tanto enfermar no era.

Decidimos ir a la boda, en efecto, el viaje fue todo lo estresante que suponía. Nos costó salir a la hora debida, pero cumplimos con el itinerario antes narrado. Comer un poco tarde y a prisa, hizo que no digiriera bien la comida, aún así continué con lo planeado. Me dio emoción arreglarme bien, era verme al espejo y sentirme YO nuevamente. Lucía radiante. Estaba feliz de poder acompañar a mi amiga en un momento especial e íntimo, de volver a ver a su familia, de compartir con mi esposo una noche diferente, de baile y celebración, como hacía tiempo que no teníamos una. Y así fue, mi amiga se alegró mucho de verme y valoró el esfuerzo que implicaba estar allí (sin saber que era aún mayor, no sólo se trataba de viajar a otra ciudad para acompañarla, si no por todo lo que venía padeciendo y que ella desconocía). En fin, disfruté de todo, compartí con su familia, bailé con mi esposo, tomé alcohol (más de lo que debía), después de que venía de limitarme bastante al respecto, por los continuos problemas de salud; todo estuvo bien, hasta que llegó el momento de irnos. Camino al hotel, me empecé a sentir mal, y para cuando llegamos estaba pésima, se me revolvió el estomago, me sentía débil, vomité, sentía que no tenía energía ni para moverme, ni para hablar y, decirle a mi esposo lo que sentía, creo que por un instante perdí el conocimiento; escuchaba a mi esposo, pero no podía abrir los ojos, moverme, ni siquiera hablar. Se requirió de una silla de ruedas para llevarme hasta la habitación; al poco rato de estar allí, me sentí aún peor, pude sentarme en la cama, sudaba frío, con dificultad logré llegar al baño y devolví todo lo que había tomado y comido durante el día, empezando por mi almuerzo. No les doy más detalle, porque sería engorroso para mí e incómodo para ustedes. Pasé una noche terrible, no entendía como era posible sentirme cada vez peor, la tensión se me desplomó, estaba helada, sin color, aquejaba dolor de estómago, la debilidad que sentía era absoluta, el dolor de cabeza era terrible. Mi esposo quiso llevarme a la clínica, pero me negué, sabía que tan pronto llegara allí y él les dijera que veníamos de una fiesta, asumirían que se trataba de un coma etílico, pero yo sabía que no era eso, tampoco era que había bebido demasiado, sabía que era algo más, no sabía qué, pero, algunas vez me había pasado de tragos y sé cómo se siente, no era nada de eso, estaba muy lejos de serlo, pero seguía sin poder hablar, ahora por tanto malestar.

Al día siguiente no lograba salir de la cama. No sentía mejoría. Mi esposo creía que no era más que una fuerte resaca. Trataba de que tomara algo de agua y/o un poco de una bebida hidratante, pero no podía sino tomar muy pequeños sorbos. Debíamos retirarnos del hotel y además retornar a casa, pero yo seguía sin poder ponerme de pie. Haciendo un enorme esfuerzo lo logré. No dejaba de sentirme extremadamente débil, y tenía malestar general. El clima nos obligó a permanecer en esa ciudad un día más. Mi esposo creyó que podríamos disfrutarlo y, aprovechar las instalaciones del hotel, salir a comer y, para animarme, llevarme de compras (el mejor remedio, si se tratara de un malestar común), pero no pude, continuaba sintiéndome muy mal y, entre el malestar y el cansancio a duras penas podía caminar. Regresamos al día siguiente a casa, pero no regreso mi salud. De allí en adelante nunca me sentí bien, por el contrario, empeoraba cada vez más. Así empezó una manifestación continua de síntomas mucho más serios, lo que me llevó a un peregrinar médico de cuatro meses, que implicó, sentir además mucha frustración y, desesperación por empeorar cada vez más, y no dar con la causa, por sentirme extremadamente agotada, física y mentalmente.

Empeoré muchísimo en muy poco tiempo, era como si mi cuerpo colapsaba. Afortunadamente una amiga me recomendó un gran internista que supo diagnosticarme e indicar el tratamiento adecuado, pude salir de esa crisis, fue lento, pero efectivo.

Así llego a mi vida la fibromialgia!